La avenida que más me gusta tiene de todo.
Tiendas, mercados, cines, el Rey, tuvo cerca la Chicha, el edificio de la Biblioteca Nacional que ahora es parqueo, el BajaBeach, la Asamblea Legislativa por detrás tapada por árboles del Parque Nacional, el Correo, incluso en ciertas partes hay amplias zonas peatonales donde le venden a uno aguacates baratísimos.
Además cuenta con una ventaja geodésica respecto al resto: a la altura del Banco Nacional y hasta el Tribunal Supremo de Elecciones es una línea recta, sin cuestas, sin desvíos, todas las demás sufren estos accidentes topográficos, la mía no. Otra ventaja es que es difícil toparse a algún conocido en ese trayecto, lo que hace diligente el viaje con las compras del Mercado Central al apartamento. Resulta que se llama Av. Eladio Prado Sáenz, pero eso no me importó nunca, ni porque viví ahí 3 años, tampoco ahora que escribo sobre ella, fue mi avenida y con eso bastó, mis amigos sabían que yo andaba por ahí.
De las referencias que adquirió con el uso, más que de sus títulos oficiales, se compone el genoma de una ciudad que odio y amo en dosis equitativas. La ciudad cobra sentido y se construye a partir de las experiencias que cada quién le deposita.
La naturaleza mitómana de la cultura le atribuye a San José valores de los cuales discrepo, o sea, no la considero ni tan linda ni tan fea como la pintan. Villanueva de Boca del Monte, su nombre original, fue un cruce de caminos en los afluentes del río Torres y Virilla donde se les obligó a los campesinos del S. XVIII a vivir por facilidades cafetaleras, y esto es, pues, lo que es: un caos que crece y decrece con el tiempo, con sus desgracias, sus logros y sus oportunidades.
La ciudad cobra sentido y se construye a partir de las experiencias que cada quién le deposita.En ese ciclo de crecimiento sus límites se expandieron y la fragmentación de los terrenos hizo que a la gente no le interesara comprar para vivir en lotes tan pequeños a mitad de cuadra, poco a poco las viviendas fueron reemplazadas por comercios. Esto atrajo más comercios y la historia es por demás conocida. Donde hay comercios diurnos que cierran a las 7 pm no queda nadie, y donde no queda nadie es peligroso.
La periferia creció y creció su infraestructura. Ahora los habitantes que viven en los bordes, sobre todo los jóvenes, se encuentran con que éstos no cumplen con sus exigencias culturales, -no hay cohesión social en el condominio en altura, ni demasiado drama en el residencial amurallado-. Y al no encontrar experiencias significativas, los habitantes de la periferia, reconsideran el interés cultural de regresar al centro de la ciudad (no fue lo mismo para los viejos habitantes ajenos al crecimiento, acostumbrados a la vida barrial).
Bajo esta perspectiva encuentran oportunidad los programas culturales como Transitarte, el Festival Internacional de las Artes, los Nocturbanos de Chepecletas, Enamórate de tu ciudad, Pausa Urbana, el Art City Tour y más recientemente el debutante festival de intervenciones 100en1día San José. Todos sufren la peculiaridad de ser inevitablemente actuales, ninguno se escapa de este fenómeno.
¿A qué viene todo esto?
A que a pesar de que son abundantes los estudios urbanos y sociológicos sobre la ciudad de San José, no pueden predecir las necesidades culturales de la gente. A pesar de que forman parte de los planes de crecimiento urbano del Gran Área Metropolitana y hacen su aporte sobre una lógica de cómo debería comportarse ese crecimiento, no distinguen hacia dónde se va dirigir el apetito de experiencias culturales de sus habitantes, solo se tienen algunas certezas: deben ser muchas, deben ser ricas y deben ser diversas.
En esto poco pueden hacer las instituciones y las representaciones gubernamentales. No se pueden planear, no se pueden ubicar geográficamente, de hecho cualquier intento va a ser fallido. La ciudad es un lienzo en blanco sobre el que los habitantes actúan, cuando deciden no pasar por donde la calle es muy sin gracia, o que una avenida es su favorita, o quedarse viniando una conversación, la verdadera discusión sobre la ciudad empieza cuando hacen verdaderamente lo que quieren.
Es una fuerza que se mueve como los vegetales, las placas tectónicas y los planetas, impersonalmente, tomándose su tiempo. Es básicamente un juego, el juego de tomar la ciudad. Y el juego educa la imaginación, la hace más poderosa, expande los horizontes sobre lo que se puede hacer, sobre lo que se puede potenciar y no solo se centra en lo que está mal, en lo que requiere marchas y manifestaciones.
Nos mueve realizar esta discusión sobre lo lúdico en la ciudad porque intervenir un espacio, encontrar cómo y dónde hacerlo, es una búsqueda de sentido. Y unos habitantes que encuentran sentido en su urbe empiezan a tomar decisiones sobre ésta. Se emancipan, les hace gracia pasar tiempo en ella. Al fin de cuentas se trata de motivar a sus habitantes a hacer algo simplemente porque se puede, porque nos dio la gana. Un simple ejercicio de albedrío, que junto con el talento, por suerte, es de las poquitas cosas en el mundo que no prescriben.
