He venido a contar la historia de mi cicatriz

He venido a contar la historia de mi cicatriz. Pero antes voy a hablarles de mi padre. Una vez trabajando en una ferretería lo humilló un cliente a los 17. Desde entonces odia a muerte que lo subestimen, que piensen por él, no tener dinero y al señor, ya mayor, que lo humilló aquella vez.

Conoció a mi mamá y dicen que se enamoró como se enamora uno a esas edades. Rencorosamente. La sabía más pudiente, más bonita y más talentosa que él. Inconforme con la situación se la llevó a vivir con él y se hicieron de un primogénito. Nada mal, rechoncho, rosado, lleno de potencial tras unos ojos azules color caribe.

No pudieron esperar a repetir el experimento. En cuarentena, con menos rencor y casa propia, me engendraron. Pero como el pago de la casa era alto, no había refri y la mecedora de varilla #3 era cómoda, se olvidaron del tema hasta el sétimo mes. Una prima de mi madre la llevó al hospital y trajeron la noticia sietemesina de regreso.

Motivado por el frío y la aventura, vi la luz el día del cumpleaños de ella. Si me acordara de algo más no estaría escribiendo. No lo sabe él, no lo supo entonces, que estaba muy ocupado preocupándose, pero todo esto pasó sencillamente porque a ella le dio la gana.

El de los tatuajes nació hasta 3 años después. No lo sabe tampoco, no debería, pero la intriga se parece muchísimo al humo, es el efecto colateral de algo que combustiona, de algo que arde. Nunca es necesario hacer más humo de la cuenta, hay que bajar los niveles de intriga en la vida al mínimo, de otra forma, no es posible ver. No digo que él cargue con la intriga, lo que digo es que él me recuerda que la cargamos todos.

Empuño el arma, 30 años después, con la que iré a matar a mi mejor amigo. Pero tengo muchos y aún no decido cuál. La verdad es que pegué la nariz contra una ventana, sobrio y quise contar algo sobre la cicatriz que valiera la pena. A nadie le gusta que lo traigan hasta aquí para nada. A mí menos.

Hay que saberse tan malo o tan bueno como cualquiera. Una misantropía razonable, confiar en que el resto conserva en sí mismo la capacidad de ser maligno y por lo tanto, pueden ser tan ruines como uno. Teniendo eso claro, el camino a la bondad debería ser corto. Con convicción, como la señora que vende platanitos, sus manos están secas y no hay manera de masticar bajo este sol, pero ella sabe que es a 100, el platanito, es 100. No hay margen para la duda.

Los cauces han sido muchos y corremos todos río abajo inundando pastos y convenios por igual. A nadie le importa un carajo de donde vengas, en ambas vertientes del río la cosa anda fatal. Que es otra manera de decir estamos vivos.