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El lunes caminé impaciente por un barrio que en algún momento llamé mi casa. Cuando llegué al albergue hacia el que me dirigía, las cuidadores me comentaron que uno de mis padres ya no estaba ahí, lo habían trasladado al hospital hacía más de una semana por una afección grave.
En lugar de ir al hospital y acompañar a mi mamá continué hacia el partido de fútbol que tengo los lunes por la noche. Sentí que era mi deber cumplir con ese partido, así como fue mi deber llegar al albergue y avisar a mis hermanos.
La belleza es una condena, es, tal vez, poco menos que un privilegio, es estar preso de ciertas palabras y modulaciones, de pequeños eventos y sutiles formas. Buscar la belleza no es siempre encontrarla y al encontrarla no se sabe muy bien qué hacer con ella.
De ahí que prefiera ir a jugar un partido en su honor que verlo en el hospital, tengo una mamá que entiende de esas cosas. Tengo dos papás que también lo entienden, por eso no me reclaman dedicarle tanto tiempo a contemplar y caminar, quiero creer que es mi manera de ayudarles, todos sabemos que no.
Han pasado seis días de mojar y secar los zapatos, aún no lo he podido visitar. Me duele más no haberlo visto que la crítica lejana o la familiar. Pero quiero dejar la culpa fuera de estas líneas, afuera del apartamento suena la lluvia y unas risas de vecinos que me recuerdan que inevitablemente todo continúa.
Marcelo Bielsa, entrenador argentino de varios equipos, me comenta José Pablo, sale siempre a la cancha con la consigna de jugar bonito, de anteponer la belleza frente al resultado final. “Porque finalmente la historia recuerda ésto, no los ganadores, no la gloria, todos recordamos a (Johan) Cruyff, lord holandés que jugaba al fútbol perfumado y hacia del juego una prolongación de cierto rigor estético por un espacio de noventa minutos, a pesar de que nunca levantó la copa europea. En cambio, hay muchos campeones que no recordamos”.
Al final el juego acaba, el resultado final es solo una contingencia que no le pertenece a ninguno de los jugadores. De lo único que pueden asirse es de la disposición con la que salieron a jugar, de la belleza del juego.
La marea de labores de la semana me mantuvo lejos del albergue, pero cada acción ha sido un pequeño homenaje a mi papá que sufre. Articulo el pequeño engranaje que es su salud con una vida, la que he podido darle, él desde su cama lo entiende, por eso sonríe cuando me ve llegar. Porque él también salió cada día que pudo a jugar al pase, a abrir espacios, a hacer gambetas y chilenas, no por un marcador, si no por el juego mismo.
Vamos a fingir por un momento que no hay enfermedad, que no hay muerte. Que esas risas de afuera son las nuestras.